Cuando acabé de leer Ciudad girándose (Baile del Sol, 2015) recordé rápidamente el lugar donde Elena Román me ofreció dedicado el ejemplar: en un kiosco en la Alameda de Cervantes de Soria: en medio del espacio por antonomasia de la ciudadanía española: en un bar. Con sus cañas -o vermús- y sus torreznos.
Ciudad girándose es un compendio de microrrelatos poéticos, que ironizan en la observación del papel de la ciudad: al estilo de un tablero de ajedrez donde cada una de las casillas tiene una función destacada, desde el zoo (de donde saco una de mis partes favoritas del libro: “El elefante es el encargado de declarar, cada amanecer, qué tiempo hace, independientemente del tiempo que haga”) hasta la escuela, pasando por una relojería sin olvidarnos de las viviendas de protección oficial. Elena Román ha dado cabida a todos los espacios imaginables en una urbe, creando un universo ácido pero
necesario, encaminándose al retrato en algunas situaciones y poniendo alguna que otra picaresca entre ellas -aquí, hago mía la imagen de aquellos pirómanos que atentan con gatos en temporadas húmedas-.
Una imagen de una ciudad sacudiéndose, desmelenándose si cabe, en medio de la rutina. Un libro desenfadado que ofrece a la par la sonrisa fácil e inteligente pero también un escenario crítico a partir de realidades (sí, realidades) en una ciudad imaginaria donde cuesta creer que nada no sea real.
Postdata: repitan conmigo: somos fans de Elena Román. También está dándolo muy fuerte con ¿Qué hacer con Freud además de matar a Freud? (Liliputenses, 2018)
Foto: de Olga Ayuso