“(…) Excursión al centro de la ciudad, en automóvil; jamás miré con tanta ansia a los transeúntes. Gente joven, algunos guapos y casi todos atractivos; de no ser por la lluvia hubiera dado una vuelta a pie. No sé aún cómo hacerlo, pero me muero por salir del cogollito tabacalero; estoy harto de europeos de quinto orden. Cuando veo un grupo de muchachos a la puerta de un bar o por la calle, cogidos de la mano, casi grito de ganas de hablarles. Hoy, que buscaba el coche, al salir de mi visita a Tony Rocha, me he cruzado con varios que seguramente volvían del trabajo, uno de ellos guapísimo. Me he vuelto a mirarle en el justo momento en que se volvían ellos a mirarme, y he desviado inmediatamente los ojos, azoradísimo, cuando en Europa nunca me hubiera comportado así. Me abruma la continua incomodidad de sentirme un ser genérico, un blanco. No soy o no represento más que eso, y me humilla. Y además es monstruoso pensar que esto lo han hecho las gentes que he de frecuentar a diario, con sus clubes, sus cocktail parties, su insufrible y petulante suficiencia y su racismo irremediable. Si por lo menos me atreviese a trabar conversación con los boys del hotel… pero sólo con entrar en mi habitación y mirarme -mejor dicho, no mirarme- me ponen en mi lugar y no me atrevo a salir de él.”
Jaime Gil de Biedma
Diarios 1965 – 1985